Thursday, March 28, 2013

ALLÍ



Era una época más inocente. Las computadoras, los teléfonos inteligentes y los juegos electrónicos existían solamente en las mentes calenturientas de los escritores de ciencia-ficción y los “caballitos” eran el reino mágico para los niños. Nada se podía comparar a aquellos modestos, modestísimos parques de diversiones que recorrían pueblos y ciudades de la isla, armando en cualquier solar yermo el tinglado de un carrousel, una estrella, sillas voladoras, una montaña rusa en miniatura y kioscos de tiro al blanco con escopetas de pellets o aros de madera, en los que con un poco de suerte alguien se podía llevar a la casa un león, un tigre o un oso de peluche. Todo ello acompañado de pequeños kioscos de venta de rositas de maíz o de inmensas nubes de algodón de azúcar en medio del sonido atronador de los altoparlantes con cha cha chas y boleros de moda. Era la mismísima gloria para los ojos y oídos infantiles... y también para algunos otros que no lo eran tanto.




Thursday, April 14, 2011

Los últimos días de Gardel

Conocí a Martín Vargas casualmente en un supermercado de Miami. Era un hombre sencillo, un viejito de pequeña estatura, enjuto y de una vitalidad admirable. De alguna forma trabé conversación con él. Me dijo que era colombiano, que proximamente cumpliría 80 años y que compartía su tiempo en casa de una hija en esta ciudad y en su hogar en Colombia. Como andaba a pie me ofrecí a llevarlo a su casa en mi auto. Aceptó gustoso.

En el camino me contó como había conocido a Gardel y como había estado presente en el trágico accidente en Medellín que le costara la vida al cantante. La pasión con que hablaba de su ídolo era impresionante. Me contó tambien de su frustración al no haber podido hacer pública su experiencia después de tantos años. Le prometí entrevistarlo.

Días después lo recogí en su casa y lo llevé a los estudios donde yo trabajaba una parte del tiempo como traductor de un programa de la televisión norteamericana que se trasmitía en español, por satélite, para 16 países de América Latina, Entertainment Tonight. Los estudios de grabación estaban en un segundo piso y quedé sorprendido a ver a aquel viejito subir los escalones de dos en dos. Con la ayuda de un operador de audio amigo mío entrevisté al sr. Vargas. Quedó complacido y le prometí publicar la entrevista cuando fuera posible.

En el año 2004 pasé fragmentos de la entrevista en un programa de radio que tenía en ese momento. Ahora tengo la oportunidad de llegar a una más amplia audiencia gracias a YouTube.

Wednesday, March 23, 2011

古巴華人 1

El chino Antonio tenía un puesto en el barrio. Desde casi una cuadra el olor a majúas y pescado frito, a frituras de malanga y bacalao, a bollitos de carita y a maní recién tostado nos hacía la boca agua y nos atiborrábamos de ellos en una época en que si alguien mencionaba la palabra colesterol, pensábamos que se trataba de un detergente para fregar.

Antonio era un chino ya mayor de edad, más bien alto y robusto; algo muy extraño, puesto que la mayoría de los chinos son bajitos y flacos. Llevaba muchos años en Cuba y chapurreaba bastante bien el español. Era muy buena persona y conocía a todos los marchantes de la barriada por sus nombres, pero refunfuñaba en chino cuando lo molestaban, lo que hacía las delicias de los muchachos, que frecuentemente lo hacíamos víctima de alguna trastada para oirlo pelear en chino. Muchos juraban que nos decía “tunia ma cajá kalinbambó”, que era como mentarnos la madre en el idioma de Confucio, pero eso no era chino ni la cabeza de un guanajo y no creo que Antonio fuera capaz de hacerlo.

Un par de días después de la pillería si alguno de nosotros llegaba muy serio al puesto, como si nada hubiera pasado, a comprar frituras de bacalao, Antonio lo miraba con el ceño fruncido y le decía: “Tú son malo. Yo vigila pa ti...”, pero con una sonrisa pícara echaba una fritura de más en el cartuchito de papel. Todos queríamos al chino Antonio.

Saturday, March 19, 2011

El Colorado


El custodio de una de las garitas de la prisión del Castillo del Príncipe que da a la calle G se vio rodeado de pronto y como por arte de magia, por tres hombres que lo arrojaron al piso, y uno de ellos, alto, flaco, pelirrojo, le dijo:

-¿No me conoces? Soy el Colorado, y vengo a buscar a mi hermano. No te muevas porque te mato…


Y lo mataba sin contemplaciones si fuera preciso, no sería el primer ni último cristiano que se echara “al pico” Orlando León Lemus, el Colorado. Su ”hermano” encarcelado era Policarpo Soler*. Los dos, junto a Jesús Gónzalez Carta “el Extraño”, José Fayadel, “el Turquito”, y una pléyade de pistoleros más constituían la crema y nata de los gangsters cubanos de la época, mucho antes que Meyer Lansky, Santos Trafficante, Lucky Luciano y el actor-mafioso George Raft llegaran a la Habana a hacerse cargo de los casinos de juego.

Tuesday, March 15, 2011

El Gallo de San Isidro


Alberto nació en el seno de una familia pudiente a finales del sigo XIX. Fue el menor de tres hijos, dos varones y una hembra, y lo criaron con todos los mimos y cuidados que se reservan para el último vástago. Estudió en el colegio San Melitón en la Habana y más tarde lo enviaron junto a su hermano mayor a estudiar odontología en los Estados Unidos.

Cuando regresó a Cuba a los 19 años, en el año 1900, Alberto se había convertido en un joven muy apuesto y refinado, que vestía impecablemente y amante de la buena mesa, los mejores licores y la ópera. Inmediatamente comenzó a codearse con lo más selecto de la sociedad habanera de la época y era asiduo visitante de la Acera del Louvre en el Paseo del Prado, punto de reunión de los jóvenes habaneros. Allí, sentados en las mesas al aire libre y entre trago y trago, se pavoneaban todos ante las damas que pasaban, destacándose Alberto como un excelente conquistador de incautas jovenzuelas.

Su familia, de ascendencia italiana, era bien conocida en los círculos habaneros. Su padre era un afamado médico dentista, miembro fundador de la Sociedad de Odontología de Cuba y catedrático titular de la Escuela de Cirugía Dental de la Universidad de la Habana. La madre, una virtuosa del piano llegó a tocar para Napoleón III en Las Tullería . Su tío y hermano mayor, de la misma profesión, posteriormente sentaron pautas médicas en los hospitales Emergencias y Calixto García de la Habana.

Pero no fueron ellos con sus logros profesionales los que trascendieron en la cultura popular, fue el joven Alberto. Su nombre completo era Alberto Manuel Francisco Yarini y Ponce de León, el souteneur, el gigoló, el proxeneta, el Gallo de San Isidro. El que todos conocía por su ilustre apellido. Yarini, el chulo más famoso y temido en toda la historia de Cuba.

Thursday, March 10, 2011

El Caballero de París


En algunos escritos aparece como “mendigo”, “pordiosero” o “limosnero”. En los tres vocablos la Academia Española los define como alguien que pide limosnas, y nada más lejos de la realidad. El Caballero de París jamás solicito una dádiva.De hecho, cuando alguien le ofrecía unas monedas no solicitadas, retribuía la oferta con algún pequeño regalo, una postal cuidadosamente coloreada a mano o alguno de aquellos antiguos cabos de pluma provistos de un punto de metal que se mojaban en un tintero. El Caballero de París los envolvía finamente en hilos de colores que usualmente mostraban el nombre de la caritativa persona. Tanto era su desapego por el dinero que cuentan que a principios de lo ´50 Gaspar Pumarejo lo llevó a él y a otras dos figuras del folklore popular, Bigote´e Gato, que lucía unos bigotes inmensos como el timón de una Harley Davidson y a la Marquesa, una callejera que sacó provecho económico de su falsa alcurnia relajeando con el público, a su popular show Escuela de Televisión para que sirvieran de jurados en un asunto trivial.

Friday, March 4, 2011

Uno y la victrola

UNO

Era uno de esos pequeños gustos que uno se daba. Servía para aliviar las tensiones -el stress, que le dicen hoy día-, y alegrar un poco la vida.

Uno se dirige al bar más cercano un sábado en la tarde, coloca los codos en el mostrador y un pie en la barra de latón dorado que corre paralela al piso. "Dame una Hatuey bien fría, mi hermano..." El cantinero presto y servicial rápidamente coloca un vaso frente a uno y saca una cerveza casi congelada de una de las puertas del refrigerador. La destapa y la vierte lentamente mientras uno escucha el burbujear de la bebida y observa al mismo tiempo, en un ritual casi morboso, como sube la espuma hasta desbordarse, correr por un costado del vaso y formar un pequeño charco en la pulida madera del mostrador. 
 
Para esperar que baje la espuma, uno se dirige a la victrola cercana, coloca una moneda de cinco centavos en la ranura y oprime un par de teclas conocidas de antemano correspondientes al número musical preferido. El inmenso aparato mecánico entonces parece cobrar vida. Mientras las luces se encenden, girando y corriendo de un lugar a otro bajo los plásticos coloreados y burbujas de un líquido deconocido suben al calor de las luces, una enorme rueda de discos comienza a girar buscando la canción solicitada. Se detiene justo en ella y un brazo de metal toma el disco, lo gira en el aire y lo deposita sobre el fieltro del plato giratorio. Entonces el brazo de la aguja coloca suavemente la misma para que acaricie la brillante superficie de la placa de vinil.