Thursday, March 10, 2011

El Caballero de París


En algunos escritos aparece como “mendigo”, “pordiosero” o “limosnero”. En los tres vocablos la Academia Española los define como alguien que pide limosnas, y nada más lejos de la realidad. El Caballero de París jamás solicito una dádiva.De hecho, cuando alguien le ofrecía unas monedas no solicitadas, retribuía la oferta con algún pequeño regalo, una postal cuidadosamente coloreada a mano o alguno de aquellos antiguos cabos de pluma provistos de un punto de metal que se mojaban en un tintero. El Caballero de París los envolvía finamente en hilos de colores que usualmente mostraban el nombre de la caritativa persona. Tanto era su desapego por el dinero que cuentan que a principios de lo ´50 Gaspar Pumarejo lo llevó a él y a otras dos figuras del folklore popular, Bigote´e Gato, que lucía unos bigotes inmensos como el timón de una Harley Davidson y a la Marquesa, una callejera que sacó provecho económico de su falsa alcurnia relajeando con el público, a su popular show Escuela de Televisión para que sirvieran de jurados en un asunto trivial.


Al final del programa Pumarejo quiso compensar a sus invitados ofreciéndoles un billete de veinte pesos a cada uno (en aquella época veinte pesos eran veinte peso). Cuando trató de darle el dinero al Caballero, éste respondió "Ni mis sentimientos ni mi alcurnia me permiten aceptarle ese dinero. Yo lo cedo a Bigote de Gato para una fiesta que va a dar en su establecimiento." Pumarejo, vacilando un instante, le responde "¿Entonces por qué no lo dona a la Casa de Beneficencia?", a lo que "El Caballero" contestó "Bueno, está bien, vamos a donarlos... ¿pero que hacen los ricos y el gobierno, que son los que deben atender a la Beneficencia? Ésto asi es una limosna y no está bien que los niños de la beneficencia tengan que recibir limosnas."

Durante cuatro décadas, tal vez cinco, el impenitente vagabundo recorrió las calles de la Habana convirtiéndose en uno de los más emblemáticos símbolos de la capital. Todo el mundo lo conocía o al menos había oído hablar de él. Muchos turistas norteamericanos llegaban al aeropuerto, se dirigían a uno de los hoteles del centro de la ciudad y preguntaban inmediatamente dónde se encontraba el cabaret Tropicana, el barrio chino, el Floridita... y el Caballero de París. Una exuberante cabellera, siempre revuelta a lo Einstein, bigotes y una larga barba enmarcaban un rostro aguileño que parecía sacado de una de las imágenes del hidalgo caballero de la Mancha o quizás de algún mosquetero del rey Sol. Vestía invariablemente de negro o al menos de oscuro, pantalón, camisa, saco y capa, ya fuera en los días de invernales “nortes” o bajo el tórrido verano habanero. Bajo el brazo, un cartapacio con libros, papeles y periódicos viejos, que eran toda su fortuna. Al pasar el tiempo, el cabello le llegaba a la cintura y lo llevaba doblado en dos, en una masa amorfa de queratina, sudor y mugre.

Su vida estuvo rodeada en el misterio, nadie sabía quién era, de dónde venía, cómo se había convertido en vagabundo, ni las razones que lo impulsaron a hacerlo. Tampoco sabían qué enfermedad mental sufría. Fue en sus últimos años que se supo que se llamaba José María López Lledín, que había nacido en Lugo, España y que había llegado a la Habana en 1913 a los 14 años de edad. Se supo también que en los primeros tiempos trabajó en una bodega, en una tienda de flores, como sastre, en una tienda de libros  y en una oficina de abogados. También, después de estudiar y refinarse, como camarero en los hoteles Inglaterra, Telégrafo, Sevilla, Manhattan, Royal Palm, Salón A y Saratoga.

Las razones de su desvarío están confusas. Se dice por un lado que cumplió algunos años de injusta prisión por un delito que no había cometido. Otra hipótesis es que perdió a su esposa e hijos en el naufragio del Valbanera. Y aún algunos aseguran que fue una novia parisina, con quien sostenía correspondencia, que murió en otro naufragio mientras viajaba a la Habana para encontrarse con él. El caso es que al final de su vida, cuando descubrieron sus antecedentes personales, también se supo que padecía de un inofensivo complejo de superioridad, mezclado con una variante de esquizofrenia.

Ese complejo de superioridad le hizo llevar su pobreza y miseria con dignidad. Además de no pedir limosnas, jamás dijo una frase soez, ni ofendió a nadie. A todo el que se le acercara, incluyendo niños, lo trató con respeto. Y a todo el que quisiera oírlo le hablaba de historia, de geografía, de literatura, de política, de religión y de su filosofía personal de la vida. El Caballero de París, aunque muchos lo ignoren, era un hombre culto, muy culto. Y sagaz, con sentido del humor. Poco después del golpe de estado de Batista, lo entrevistaron para un programa de televisión y dada la inestabilidad política reinante le preguntaron "¿Que haría usted para arreglar esta situación?", a la cual el Caballero" contestó "Yo casaría el negro hijo de Batista con la hija negra de Prío."

Caminante impenitente recorría la ciudad y con frecuencia se le veía en el Prado, en la Acera del Louve, el Parque Central, donde dormía a menudo en uno de sus bancos, en la Avenida del Puerto, en un parque cerca de la Plaza de Armas, en los alrededores de la Iglesia de Paula, por la calle Muralla, en la esquina de 12 y 23 o en la Quinta Avenida de Miramar. Muchas veces lo vi y algunas ocasiones, bastantes para ser honesto, conversé con él en los alrededores de la esquina de Infanta y San Lázaro, otro de sus lugares preferidos. Usualmente se asentaba en las afueras de la Taberna Checa, por San Lázaro, o por Infanta, cerca de una pizzería o en los portales de Lámparas Quesada.

El Caballero de París murió el  11 de julio de 1985 a los 86 años de edad. Sus restos descansan en el  Convento de San Francisco de Asís, en la ciudad de la Habana.

Nací, me crie y hasta la fecha viví dos terceras partes de mi vida en la Habana, mi Habana. Recuerdo todo lo que me la hace inolvidable... los balcones, el centro de la ciudad, la ciudad vieja, el Parque Central, la ceiba del Templete, la plaza de la Catedral, la farola del Morro, el malecón... y el Caballero de París. Incluso cierro los ojos y en las noches tranquilas me parece escuchar el retumbar del cañonazo de las nueve.

Todo está allí todavía, donde lo dejé, y allí estará por siglos, hasta el estruendo del cañón, pero el Caballero de París ya no está.  Y mi Habana ya no es la misma.



2 comments:

Anonymous said...

Muy buena descripcion del Caballero, converse muchas veces con el mientras esperaba la guagua y tambien recibei alguna vez algun obsequio de el cuando le dejaba algo para ayudarlo.

Unknown said...

Quisiera que el mundo sepa que el Caballero no fue tratado tan bien en Mazorra como lo establecen algunas historias.
Yo estuve unos 10 días como paciente en la Sala Clínica Enrique Nuñez donde estuvo el Caballero de París por los últimos años, y el tratamiento que se le daba en este lugar era inaceptable. En su estancia en Mazorra se fracturó la cadera por negligencia de los enfermeros, que usualmente ponían el cuidado de los pacientes viejitos o débiles como él bajo la custodia de otros pacientes más jóvenes pero de malas condiciones mentales (esto causó el accidente que le fracturó la cadera). El Caballero de París no era atendido adecuadamente, ni se le daba comida abundantemente como se establece en muchas de las historias publicadas por organizaciones cubanas, las enfermeras se negaban a bañarlo, darle la comida, o cambiarle la ropa personal o de cama, pues se orinaba todos lo días; había que cargarlo de la cama una silla de rueda y a veces lo dejaban por horas y hasta de un día para otro en la cama toda orinada. El Caballero vivió en esta Sala rodeado de pacientes de alta peligrosidad, y él no podía defenderse, en muchas ocasiones le pegaban o lo maltrataban y las enfermeras estaban en su mundo sin preocuparse de lo que estaba pasando. En una ocasión vi como una enfermera mandó a uno de los pacientes a bañarlo; lo metieron debajo de una ducha fría y lo estaban restregando con una escoba plástica, en ese caso yo me metí y le quite la escoba al paciente y lo terminé de bañar; según él me dijo, a veces le dejaban mojado por horas en la silla de ruedas prácticamente desnudo. El pelo nunca fue desenredado como cuentan en ciertas historias, lo tenía igualito que cuando estaba en la calle; lo único que él tomaba o comía era prácticamente leche, y una que otra vez sopa. Nunca se me olvida como con su fina y baja voz él me dijo, hijo mío esta gente me tratan de engañar dándome esas sopas tan horribles diciéndome que es fabada, ellos piensan que yo no sé lo que me están dando. Por lo tanto estoy seguro que el Caballero no murió en esa abundancia de comida que se menciona en estas falsas historietas.
Hay muchas cosas que podría decir de ese lugar tan horrible Mazorra donde El Caballero vivió sus últimos años, pero no me alcanzaría esta página; como yo algunos nos escapamos de ese horrendo lugar y encontramos la libertad acá en USA; no creo que sea justo que se catalogue Mazorra como un lugar humanitario como se describe en muchos artículos, donde se han cometido tantos crímenes, incluyendo la mutilación del inofensivo Caballero de Paris, el cual debían haber enviado a una casa de retiro con ancianos normales, pues yo considero que él era una persona lo suficientemente pasiva para comunicarse con personas normales y no estar en un lugar tan hostil.