Tuesday, March 15, 2011

El Gallo de San Isidro


Alberto nació en el seno de una familia pudiente a finales del sigo XIX. Fue el menor de tres hijos, dos varones y una hembra, y lo criaron con todos los mimos y cuidados que se reservan para el último vástago. Estudió en el colegio San Melitón en la Habana y más tarde lo enviaron junto a su hermano mayor a estudiar odontología en los Estados Unidos.

Cuando regresó a Cuba a los 19 años, en el año 1900, Alberto se había convertido en un joven muy apuesto y refinado, que vestía impecablemente y amante de la buena mesa, los mejores licores y la ópera. Inmediatamente comenzó a codearse con lo más selecto de la sociedad habanera de la época y era asiduo visitante de la Acera del Louvre en el Paseo del Prado, punto de reunión de los jóvenes habaneros. Allí, sentados en las mesas al aire libre y entre trago y trago, se pavoneaban todos ante las damas que pasaban, destacándose Alberto como un excelente conquistador de incautas jovenzuelas.

Su familia, de ascendencia italiana, era bien conocida en los círculos habaneros. Su padre era un afamado médico dentista, miembro fundador de la Sociedad de Odontología de Cuba y catedrático titular de la Escuela de Cirugía Dental de la Universidad de la Habana. La madre, una virtuosa del piano llegó a tocar para Napoleón III en Las Tullería . Su tío y hermano mayor, de la misma profesión, posteriormente sentaron pautas médicas en los hospitales Emergencias y Calixto García de la Habana.

Pero no fueron ellos con sus logros profesionales los que trascendieron en la cultura popular, fue el joven Alberto. Su nombre completo era Alberto Manuel Francisco Yarini y Ponce de León, el souteneur, el gigoló, el proxeneta, el Gallo de San Isidro. El que todos conocía por su ilustre apellido. Yarini, el chulo más famoso y temido en toda la historia de Cuba.


San Isidro es una barriada contigua a los muelles habaneros. Ya desde finales del siglo XIX se había convertido en una zona de tolerancia bien conocida. En sus estrechas calles se amontonaban los prostíbulos con una variada oferta de meretices cubanas, francesas, dominicanas, puertorriqueñas, venezolanas, austríacas, norteamericanas, italianas, belgas y otras nacionalidades, con sus consiguientes proxenetas, sobre todo cubanos y franceses. Las francesas eran las más buscadas, se decía que eran más refinadas y practicaban modalidades que las mismas prostitutas cubanas consideraban obscenas en aquellos tiempos. Eran especialistas en sexo oral y por una razón puramente económica, podían atender más clientes al día, entre veinte y veinticinco, obteniendo mayores ganancias. Los proxentas cubanos y franceses sostenían, si no relaciones amistosas, al menos tolerantes respecto unos de otros.

En el barrio de San Isidro tenía su residencia Yarini. Era el más poderoso y en una casa bien espaciosa convivía con varias prostitutas, al mismo tiempo que “atendía” a otras localizadas en la barriada. Como una especie de padrino mafioso lo visitaban a diario las prostitutas, estibadores del muelle y la gente humilde del barrio solicitándole algún favor y en ocasiones dinero para una necesidad. Yarini complacía a unos y otros, en definitiva poder y dinero le sobraban. El caso es que todos adoraban al famoso chulo, que podía pasar de una amabilidad extrema a la ira más violenta cuando alguien se le interponía. Esa dualidad de carácter le permitia moverse con facilidad en el mundo burgués donde nació y pasearse con arrogancia por el bajo mundo que escogió en el barrio de San Isidro. No era inusual que desayunara en el marco aristocrático de su casa paterna, almorzara en un humilde figón de la zona de tolerancia, cenara en un exclusivo restaurant de la ciudad y fuera después a dormir al lupanar donde vivía.

La fama de Yarini se extendía por toda la ciudad y el partido Conservador, al que pertenecía, le nombró representante del mismo en el barrio de San Isidro con la esperanza de atraer votos electorales en esa zona marginal. Otro hecho sucedido en 1905, cuando la segunda intervención norteamericana en la isla, destacó aún más la figura del célere proxeneta.

Yarini se encontraba en el café El Cosmopolita de la Acera del Louvre con un grupo de amigos, entre ellos uno de la raza negra. En una mesa contigua conversaban dos norteamericanos y uno le dijo al otro
“…por eso no me gusta este país, aquí los negros entran juntos con los blancos en todas partes…” Yarini, que dominaba perfectamente el idioma inglés, invito a salir a sus amigos del local. Ya afuera y con algún pretexto volvió a entrar solo. Se dirigió a la mesa de los americanos y los increpo haciédoles saber que sus ofensivas palabras estaban fuera de lugar y que el negro que lo acompañaba no era ni más ni menos que el Mayor General Jesús Rabí, héroe de la lucha insurrecta contra el dominio español. Los ánimos se caldearon y la trifulca terminó cuando Yarini la fracturó la mandíbula de un puñetazo al americano, que resultó ser el Encargado de Negocios de la legación norteamericana en la isla. La prensa inmediatamente recogió el sucesso y el escándalo fue tremendo. Yarini de momento adquirió el status de héroe popular al defender la honra de sus conciudadanos.

Por otro lado, el francés Louis Lotot, era una especie de líder entre los gigolós franceses de San Isidro, que viajaba regularmente a Francia en busca de “carne fresca”,. En uno de ellos, en 1909, trajo a una francesita rubia de ojos claros que inmediatamente se convirtió en la sensación del barrio. Decían que era la más bella prostituta de la zona. Le decían la petite Berthe (la pequeña Berta). En un viaje posterior del proxeneta la francesa se pasó al lado de los cubanos, el de Yarini, que la convirtió en su amante. Cuando tres meses después regresó Lotot de Francia, Yarini lo esperó en el muelle de la Machina y él mismo le informó de la deserción de la francesa. Lotot, que era un hombre pacífico, lo tomó de buen talante y le dijo descaradamente: “Alberto, yo estoy aquí, como he estado en otras partes del mundo, para explotar a las mujeres, no para hacerme matar por ellas...” Luego ambos fueron a tomar unos tragos.

Lo que sucedió en meses venideros aún está en discusión. Algunos afirman que la francesita se arrepintió y decidió regresar con su chulo francés. Otros aseguran que Yarini se presentó en casa de Lotot a reclamar la ropa de la pequeña Berta. Lo que sí se ha podido comprobar es que el resto de los chulos franceses calificaron la actitud de Lotot de sumisa y afemimada y lo instaron a vengarse de Yarini. La situación entre “apaches” (chulos franceses e italianos) y “guayabitos”, los chulos cubanos, se hizo insostenible.

El 21 de noviembre de 1910 los apaches se reunen en una fonda en la calle Habana, esquina a Desamparados, donde deciden ajustarle cuentas a Yarini. Le envían un mensaje falso, que la pequeña Berta necesitaba verlo, para poderlo emboscar. Mientras tanto Lotot, acompañado de otro proxeneta francés se dirige al café Habana, que se conocía como “el de Victor” y después de unos tragos, aparentemente para darse valor, enfilan los dos hacia el número 60 de la calle Compostela, donde trabajaba Berta. En ese interín el resto de los apaches se posicionan en la azotea del número 61 de la misma calle.

A las siete de la noche de ese día, cuando Yarini salía de la casa de Berta acompañado de su amigo José Besterrechea “Pepito”, Lotod, que lo esperaba frente a la vivienda prostíbulo, abre fuego, así como también sus amigos en la azotea de la casa vecina. Yarini saca su revólver para defenderse, pero cae herido. Pepito, si amigo inseparable, le asesta un disparo en la frente a Letod, que muere instantáneamente. La balacera se prolonga unos minutos, hasta que aparece la policía y todos los sobrevivientes se dan a la fuga.

A Yarini inmediatamente lo trasladan, aún con vida, al hospital Emergencias. A la diez de la noche entra en coma y fallece producto de las heridas, un par de ellas de arriba hacia abajo, disparadas desde la azotea, poco después de las diez y media de la noche de ese día 21 de noviembre de 1910.

El sepelio constituyó una manifestación de duelo popular. En el cortejo fúnebre, el 24 de noviembre, se reunieron unas diez mil personas, cifra inpresionante para la época, cuando toda la población del país apenas era de dos millones de personas. Junto al féretro desfilaron prostitutas al lado de damas encopetadas de sociedad, truhanes al lado de honestos comerciantes, ñanigos al lado de beatos, proxenetas junto a políticos conocidos. El propio jefe de la policía encabezó la custodia armada. 



Después de la muerte de Yarini se desató una lucha violenta entre chulos extanjeros y cubanos en lo que se denominó “la guerra de las portañuelas”, lo que obligó al gobierno a expulsar del país a todas las prostitutas y proxenetas extranjeros.

Sobre Yarini se han escrito innumerables ensayos, obras de teatro y piezas musicales. Su nombre pasó a ser una de las más famosas leyendas urbanas del bajo mundo habanero. Sus restos descansan en el panteón familiar en el cementerio de Colón, donde alguna que otra vez todavía aparecen, a cien años de su muerte, ofrendas florales y trabajos de santería.











2 comments:

Sikyud said...

Una historia que la he disfrutado igual que un buen café cubano. ¡Deliciosa!

Espero la siguiente.

Alba no he buscado, pero sabes la historia de cuando mataron a Lola (la de la canción), sería interesante que la relataras.

¡El formato nuevo me gusta mucho!

Unknown said...

Muy buena historia en verdad no la conocía pero me fue interesante gracias por compartirla